La música y sus iconos
La pasión por la música popular ha llevado a varios autores a recurrir a sus ídolos en la ficción literaria. En España, un país donde el rock y el jazz calaron bastante entre los literatos, el crítico musical Jordi Sierra i Fabra escribió en 1988 El joven John Lennon (SM). Desde una perspectiva juvenil, Sierra i Fabra narraba la adolescencia de Lennon en el Liverpool de finales de los cincuenta. La historia de un joven que soñaba con hacerse músico. Recientemente, el también crítico musical Javier Márquez ha publicado Letal como un solo de Charlie Parker (Salto de página), una novela negra ambientada en los años cincuenta en Las Vegas con Frank Sinatra y Dean Martin como magnífico decorado musical.
Pero más allá de la idolatría musical, estas referencias suelen guardar significados más profundos, como en el caso de Walter Mosley que se sirvió del icono y el espíritu de Robert Johnson, el músico que vendió su alma al diablo, para hablar de la soledad, la miseria y la redención. El icono que utiliza Ferrero en El hijo de Brian Jones es el canto roto de los Stones y lo hace porque esconde la fotografía de una generación, la suya, que se evadía a ritmo de rock’n’roll trepidante, música del diablo, muchas drogas, sexo y nada de normas. Puro hedonismo. “Hay un terror al envejecimiento en la época de Brian Jones, ya que todos querían ser adolescentes eternos”, reflexiona Ferrero. En Brian Jones, por tanto, se ilustra la consagración de la adolescencia, como en Charlie Parker Cortázar capta la fatalidad. “En los años de Jones, la juventud empieza a ser casi una clase social, que crea sus propios estilos, y no había ocurrido antes. Hubo un indicio de eso en los años veinte pero lo borró la II Guerra Mundial y la crisis económica. Emergió de verdad en los años cincuenta. En los sesenta, adquiere esplendor”, dice el escritor.
Esplendor que se manifiesta en sus capítulos dedicados a los años del guitarrista con Anita Pallenberg, la modelo que se desenvolvía con estilo y derroche entre la aristocracia londinense, una de las musas de la Factory de Andy Warhol, que terminaría en los brazos de Richards. Para Ferrero, “los Stones se teatralizaron mucho más tras juntarse con la aristocracia de Londres, gracias a los contactos de Anita Pallenberg. ¿A quién amarga un aristócrata enrollado? Les enseñaban algunas cosas que por su condición solo ellos sabían. Se influían unos a otros. Las estrellas del pop y el rock adquirieron todavía aires más enfáticos y teatrales”.